Si no proceso datos en internet, no valgo. No valgo como ser humano, como artista, como alguien activo en el desarrollo de nuestra especie.
Despierto, hackean mi Instagram por segunda ocasión, pero esta vez han tenido éxito. He perdido mi valor. De más de cien mil seguidores, me reduzco a cero. Sé que voy a perder dinero. Sé que voy a perder trabajo. Sé que ya perdí. Al ser de clase media toda mi vida (la clase social es importante para darle tono, ambiente y carácter a un personaje en cualquier relato), estoy consciente de la realidad. No voy a morir por no tener una red social, sé pelear, sé volver a empezar. Despierto meses después, otra se me desploma; esta vez Twitter. Cuenta verificada. Cuenta que uso para denuncias y “labor” de comunicación feminista. Lloro. Un día entero. Instagram me tomó meses asimilarlo. ¿Karma? ¿Venganza? ¿Descuidos de mi parte? Decido no escribir nada en mi blog. Internet no tendrá más datos sobre mi. Ayer una amiga me dijo que me googleó. Lo hacemos juntas y me sorprende el resultado: Lo más preguntado es mi edad. Mi pack. Datos sobre la relación amorosa que tuve con un comediante que terminó hace más de tres años. ¿En qué momento, después de estudiar teatro y querer ser actriz con todo mi ser, me volví una caricatura? Si tuviera el poder para que la gente me vea como yo me veo, sería una mujer que lo ha intentado todo por cumplir sus sueños, un ser independiente que luchó por un lugar libre de abuso en su espacio laboral manejado en su mayoría por hombres. He renunciado a trabajos porque se me pagaba menos, he tenido faltas de respeto de colegas, de manera pública y privada. Productores, que son mis jefes, hacen insinuaciones y los tengo que ver en el foro. Tengo que sonreír, ser dulce o me quedo sin nada. Se te dice; aguanta, cállate, no seas impulsiva. Ser artista siendo mujer tiene su precio y algunas lo pagamos al revelarnos. Si tuviera el poder… He aportado al internet durante una década en mi blog y así me paga. He jugado el papel que se me impone; hacer podcast, un formato que no consumo, que no me gusta. De un libro me entero, soy de la vieja escuela, que el ser humano hace miles de años, de ser una comunidad, se amplió por el mundo. Después, con la revolución agrícola, la escritura, el dinero se une de nuevo en pequeña escala. Al final, con las conquistas de parte de los Europeos, con culturas que son ajenas entre ellas, se marca una separación, repele y unión de algunos desconocidos. La globalización, el capitalismo, la democracia, el libre mercado y el internet crean revolución, el nuevo Dios y nos entrelazamos el mundo entero. No quiere libertad de expresión, quiere nuestros pensamientos, datos, información. El bien del nuevo Dios omnipresente que lo sabe todo de nosotros. No soy importante como individuo, lo único que me separa en importancia con un animal es que puedo subir una foto sexy en alguna plataforma y me dan likes. He aportado algo a la sociedad. Mi celular me avisa que ya me tengo que ir a dormir. Ni mi cuerpo lo asimila, pero hago caso como buena santa ante misa. Las redes; un confesionario enorme en el que todos los pecadores vivimos en la fantasía que eso es el nirvana. Al final, nos conectaremos para ser Wikipedia. Seremos el Big Bang. Todos somos uno. Datos, genética, números. Algoritmos. Se acaba el humanismo. Despierto. Es un cuento de ciencia ficción. Youtube me recomienda un video. Internet sabe qué quiero mejor que yo. Carezco de individualidad. Me fundo en el sistema. No entiendo cómo funciona, pero soy parte y cuando dejo de serlo, me deprimo. Quiero caerle bien al nuevo Dios y escribo de nuevo en mi blog para que no me castigue y deje de ponerme en el limbo. La realidad virtual, las drogas, las relaciones efímeras que nos hacen sentir desechables se palpan. Ya no valemos si no hay seguidores y mis datos personales que lo avalen. Lee, dale like y comparte. Se vende al nuevo Dios el alma de un artista y su arte.
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No hay cosa que le prenda más al hombre machista que una feminista sometida.
“Shut up! Let go!” Una noche, de manera general y simbólica, sentada en la esquina de una cama, mientras sollozo ante la inminente perdida del ser amado, se acerca a mí y me tapa la boca con la mano y dice “Shut up! Let go!” (Cállate y suelta). Una vez más, violencia en nombre del amor romántico. Lloro al no ser empoderada, lloro al querer ser amada, lloro al repetir patrones, lloro por saberme sola. El amor de pareja con un hombre me vampirea al grado de saberme obsoleta. No voy a vulnerarme más, me repito. Me amaré, empezaré un ciclo en el que entrar a mi casa, a mi cuerpo y a mis pensamientos costará trabajo y meses de confianza. Este templo ha cerrado por remodelación. Al parecer no solo el internet me pide que me calle, también los hombres, los abusadores, el sistema, mis cercanos. No cedas ante la pasión pasiva, nadie quiere a las impulsivas. Suelto el alcohol y me doy cuenta que mi algoritmo está lleno de adicciones codependientes. Suelto lo que creo de mí y los hombres. Hago las paces con ellos. Ellos no tienen la culpa que eso es lo que se les enseña desde pequeños; calla tus emociones y trágatelas. Suelta. No sientas. Su opresión nos oprime a todas. Oprime comunidades enteras. La opresión la gran generadora de pobreza extrema. Ya no dejaré que la narrativa sea contada por ellos. Ya no dejaré que se me calle, insulte o maltrate. En la esquina de la cama, en esa noche acalorada, dejó que él tape mi boca. Unos minutos después, callada, como él pidió, pienso que no volveré a fallarme. Me paro, entro al baño y me veo al espejo. Veo mi cara con vergüenza. Es hora de cumplirme. Me lo debo. He dado todo mi poder a los hombres de mi vida. Los he hecho exitosos. Les he dado tanta confianza en ellos mismos que pueden destruirme. Salgo del baño y él llora. Lo abrazo mientras le digo al oído “Es la última vez que me ves”. Camino por las calles; me siento libre por primera vez. Nunca dejaré de hablar ni de escribir. El patrón machista se anula por fin.
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Cada centímetro de mi cuerpo ha sido tocado; poteto, potato.
Tengo el mejor sexo de mi vida en ese momento. ¿El sujeto? Un brasileño que tengo una semana de conocer. ¿Lugar? Un cuarto de hotel. No puedo dejar de decirme Es el mejor sexo de mi vida. Disfrútalo, no divagues. He tenido sexo con muchos hombres, superan las tres cifras. Soy una mujer que ha gozado de la revolución sexual en la que en diferentes fases encuentra donde radica el placer. No siento ningún remordimiento. Por eso no me he casado ni tenido hijos. Muchos han tenido mi cuerpo, pero mi verdadero ser lo han poseído menos de cinco individuos. Soy una desvergonzada, no me da miedo ser señalada, poseer la letra escarlata. En mis veinte lo hacía para agradarles y aprender el arte de amar en la cama, en un elevador, en la alberca, en donde sea. En mis treinta, les intimida mi poder sexual. Los controla. No soy la más guapa ni la más sexy, pero sé usar mis cartas. Cuando estoy con ellos, soy una geisha inmaculada que cumple sus fantasías más eróticas. Los neutralizo. Los penetro. Entre más envejezco, tengo mejor sexo. Soy directora y creadora. Terminan y se obsesionan con mi libertad. Les da miedo, se vuelven celosos, odian mi forma de vestir, de actuar. No les gusta su propio juego patriarcal. Sienten competencia. Me voy o se van. Es Agosto, finales de Abril fue la última vez que tuve sexo. Desde que tenía diez años, la edad que poseía durante mi abuso sexual, he sido objeto de incontables hombres. Decido hacer algo que no he podido hacer nunca. Estar sola. Nadie me toca más que yo. Disfrútalo, no divagues.
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Conocidas, muchas. Amigas, pocas. Hermanas, unas cuantas.
Sentadas en mi sala, nos reímos de nuestras desgracias. Lloramos, compartimos nuestras experiencias. Nos sabemos desdichadas, con incertidumbre al futuro. Nuestra compañía nos da esperanza. Nos abrazamos, nos decimos cuánto nos amamos. Sororidad. Unas llegan, unas se van. Siento que mi manada se achica. He decidido cortar lazos que me asfixian. Una amiga codependiente no es amiga. De pequeña veía a mis padres y pensaba “tienen pocos amigos”, ahora entiendo el por qué. No cualquiera es bienvenido al espacio vital. El feminismo me hizo creer que todas podíamos estar en la misma sintonía. Es cierto. Unidas en el camino del autodescubrimiento. El mundo nos ha jugado en contra. Respeto a todas. Las admiro. Las amo. No con todas comparto. Como buena relación amorosa; ellas son los amores de mi vida. El amor es la voluntad de expandir mi propio yo y del otro. Es querer mi felicidad y la plenitud de todas. Es irme a tiempo si la daño o me lastima. Es permanecer si así lo queremos. Las que se quedan, poseen contratos firmados, que incluso deben ser renovados. Platico con ellas y les pido que si caigo en coma me desconecten a la semana. Saben la contraseña de mi tarjeta para pagar mi funeral. Mis verdaderas amigas dejan de serlo para convertirse en hermanas. Poseedoras de mis emociones y pensamientos. Mis hermanas tienen mi confianza bien ganada.
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Una adicción es solo la compensación social a la que todos le tenemos miedo. El rechazo constante de no ser amados.
Recuerdo que escribía con una copa de vino en la mano. Era mi actividad favorita; letras, un vino, un cigarro. Nublaba la ansiedad ante el inminente vacío de hacerme cargo. Se fue el alcohol y llegaron los ataques de pánico. Llevaba menos de un año sobria y llegó una pandemia. Fue una batalla que no sé cómo libré. En redes sociales me llamaban alcohólica rota tóxica. Pensé en matarme, pero no les iba a dar el gusto. Dejé de saber quién era y en el camino me encontraba. Han sido capas que no termino de pelar. Al parecer se llama madurar. No quiero envejecer ni le encuentro la gracia. Quiero vivir. Amo vivir. No voy a mentir, a veces me hace falta. Sin el alcohol dejo de ser extrovertida para convertirme en una introvertida a la que solo le nace hacer reír a sus cercanos. Cuando salgo a dar show, pienso que todos son mis amigos para derrumbar la cuarta pared. Después voy a casa o a un cuarto de hotel, me desmaquillo, estoy en silencio. Nunca pensé que iba a disfrutar tanto mi consciente y despierta soledad.
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La cueva de las manos me hace pensar que quiero tocarlas. Hacer catarsis con mis antepasados.
Una hoja en blanco, una premisa narrativa para abrir un espacio en el que se crea un mundo imaginario que poseo desde niña. La realidad obsoleta dolorosa a cambio de vivir un sueño de colores. Recuerdo la primera vez que escuché música clásica, cuando subí a un escenario, el momento que pensé en ser actriz o cuando saqué un tubo para pintar en óleo mientras el olor me embriagaba. Mis dibujos que están guardados en un cajón los cuales reflejan quién soy. Dibujos que no serán subastados. Letras que no serán de Jane Austen. Letras y dibujos que son míos. En clase de teatro, a mis veintitrés años, me desnudé frente a todo mi grupo mientras que con música instrumental recreaba un aborto. Saqué diez. Me despedí del estigma de mi cuerpo o mi talento. Me gusta pensar que soy una contadora de historias. Hago arte con mi existencia efímera. Hago arte al respirar aquí y ahora mientras pienso como hacerlo un chiste, una figura o un relato. Tengo mi propia cueva de manos. Ven y vamos a tocarnos.
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Soy una narradora que no sabe para qué vino a este mundo ni quién soy.
El pensamiento discursivo que me dice que soy importante, ego. Silencio, no tengo sentido. Me veo hace unos días al espejo y me reconozco bonita por primera vez. El exterior me lo ha dicho un par de veces, pero no lo creía y en ese momento sola en el baño me encontré tierna, sublime. Me abrazo en las noches y me digo que lo estoy haciendo bien, pero en realidad no sé. Creo que nadie sabe lo que está haciendo. Improvisadores desde niños. La adultez es ser adolescentes con miedo a lo desconocido. No hay nadie quien me cuide, solo está Marce. Mi yo se nubla ante lo que creo saber, pues no sé nada, pero lo intento. Reconozco y valoro otras especies. Adoro la mía, el humano. Ese lado oscuro y brillante. Tengo fe. El reto es llegar a las profundidades de mi ser, caerme bien. Conocerme bien antes que lo haga primero el internet.
INSTAGRAM: marce_lecuona
¡Te admiro tanto! Gracias por escribir y por compartir. Tu voz nos ayuda a saber que sí se puede contra nuestros propios monstruos. Siento que vas ayudando a trazar nuevos caminos posibles para todas las que buscamos deconstruirnos, renovarnos. Me encanta leerte
Eres lo Máximo…
Hola, gracias por compartir, me encanta leerte.
Gracias por ayudarnos constantemente a entender un poco más qué es vivirte mujer en tu medio, en este tiempo, en este país. Me ayuda mucho a ver a mis mujeres cercanas de otra manera. No te rindas nunca por favor (que no es lo mismo que darse momentos y espacios).