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EL LOCO.

Sin número. Cero.

 

De él se rumoraba todo; había sido un galante don Juan, un rico desalmado, un pobre desgraciado, pirata, empleado tabacalero, un jinete experto, hijo, padre, hermano, todo en uno.

El corazón del pueblo le llamaba “El loco.”

Leía el día entero y en el kiosko del centro, a las siete de la noche llegaba a contarle a todos su descubrimiento:

—¡La mente se puede explicar, así como el Big Bang. El día que descubran que la consciencia y el universo son lo mismo, el punto del inicio es la confrontación de nuestra propia existencia, ese día seremos libres!—exclamaba el desgraciado.

Enriqueta, una pequeña niña de la aldea, se acercó una noche a escucharlo con atención. El loco, con ropa marrón, pelos excéntricos, sin un par de dientes, eso sí, sin oler feo, se agachó para ver a Enriqueta a los ojos.

— Niña, ¡Pero qué locura! ¡Tienes los ojos violeta! — dijo el loco.

La madre de ésta la tomó del brazo mientras le susurraba que no podía hablar nunca más con aquel hombre.

A las nueve de la noche el loco regresaba a su casa; una hacienda vieja y descuidada; se la habían heredado sus padres. Sí, el loco había sido rico en algún momento, ahora quedaban ruinas de aquel esplendor. En 1960 poco había de Porfiriato, pero sí madera suelta y olor a revolución podrida. Todos le decían que vendiera la hacienda para irse a viajar por el mundo y él gritaba:

—¡Patrañas! El dinero no existe, es un imaginario colectivo en el que todos pretendemos que tiene valor como si fueramos niños… y niños pendejos, no niños listos.—

El loco tuvo un hermano. Un hermano gemelo. Cuando tenían trece años fueron a jugar al campo. A las pocas horas regresó uno nada más. Era el misterio no resuelto. Le hicieron miles de interrogatorios al niño que estaba vivo, espantado, sucio; pero no tenía palabras. Nunca dijo que había pasado. La madre se recluyó en un convento y el padre abandonó al único hijo que le quedaba. Desde ese momento el pueblo se volvió una protección para el huérfano.

Algunos decían que seguro él había matado a su propio hermano, pero otros afirmaban que era imposible, pues el loco tenía corazón noble. Desapareció algunos años, tantos que el pueblo pensó en vender la hacienda, quedarse con el terreno y hacerla una iglesia. El loco regreso con las manos en la cintura.

— ¿Una iglesia? ¿Están dementes? ¿Quieren ponerle techo a nadie para sentirse validados en su insignificante vida? ¿Qué sigue? ¿Yo enamorarme, casarme, tener sexo, ser padre?—

No tuvo sexo, pero su profecía se cumplió. Los padres de la niña de ojos violeta se murieron en un accidente automovilístico en carretera. Se iban a vivir a la gran ciudad; atravesó una vaca en alguna curva y se estrellaron contra un árbol.

Enriqueta salió ilesa, pero no tenía familia cercana o lejana.

El pueblo hizo una junta dentro de la iglesia para determinar el futuro de la niña. Mientras tanto, el loco veía el cielo en una banca cerca del kiosko. Salió el jefe del pueblo de la iglesia, se ajustó el pantalón de manera tajante para acercarse al demente.

— Loco, todos hemos llegado a la conclusión que debes quedarte con Enriqueta.— dijo el jefe—Eres el único que tiene los medios para mantenerla.—

— Ahora sí que han perdido la razón, ¿cómo me voy a quedar con la niña? Algunos dicen que maté a mi hermano, ¿no creen que es un poco imbécil su propuesta? Podría matarla también a ella.—

El jefe dijo que era un riesgo que iban a tomar, que por favor no la matara y que le arreglara un cuarto y un baño decente. El loco vio a Enriqueta, Enriqueta vio al loco. La mirada duró un par de minutos.

— ¿Estás segura? Este es un país libre.— aseveró el loco.— Las mujeres ya pueden votar desde hace cinco años.—

— ¿Cinco años apenas? Es muy poco. — la niña contestó.

— Tienes razón, creo que tú, Enriqueta, serás mi nuevo proyecto para demostrar que el mundo está demente. — el loco quedó meditativo un momento y de manera tajante expresó — Llegarás a ser presidenta.—

—Yo quiero ser pintora.— expresó la niña.

—Aghh, una artista, tenías que ser mi hija.—

—No soy tu hija, puedo ser tu musa.—

El loco balbuceó unas carcajadas por las cosas tontas que decía la infante.

Enriqueta y el loco remodelaron poco a poco la hacienda; ella le hizo un cuarto especial para todos sus libros. El loco estaba fascinado; la niña con sus pequeñas manitas había puesto los de filosofía en orden y los de historia acomodados por época. Era lista y le ponía retos mentales en los que él desarrollaba un desafío constante. Por fin había encontrado a alguien igual de inteligente que él.

Hicieron una hortaliza grande en el patio trasero. Hectáreas antes sin usar, ahora eran parte del negocio familiar. Comían a sus anchas todo tipo de verduras y frutas y lo que les sobraba, Enriqueta lo vendía en el mercado los Domingos.

También regalaban frutas y verduras a la iglesia, a pesar de las protestas del loco.

—Bola de fanáticos pendejos.— decía todos los Domingos después de ser arrastrado por Enriqueta a misa.

—Hoy le pedí a Dios que cuide a mis padres en el cielo.— dijo Enriqueta con su voz dulce para calmar los nervios del loco.

—Tus padres están muertos bajo tierra.— el loco con su voz gruesa dijo la verdad y hasta se carcajeó ante su atrevimiento.— Bien pinches muertos mientras los gusanos se comen todo lo que pueden.— gritaba al reír mientras hacía una especie de mímica al pretender ser dos gusanos en un banquete.— ¿Gusta un poco de carne, señor gusano? ¡Gracias señor gusano! ¡Sí que quiero la carne del cerebro de la mamá de Enriqueta!—

Enriqueta abría la boca mientras lágrimas le salían sin control de sus ojos violeta.

—Vamos niña ríe, es un chiste, es verdad, pero un chiste, se lama humor negro.—

Enriqueta limpió sus lágrimas.

— ¿Qué harías si yo hiciera un chiste de tu hermano? ¿Te gustaría?— le contestó furiosa— Te encanta hablar de los demás y hacernos menos, pero cuéntame… ¿no le están comiendo el cerebro los gusanos a tu gemelo?—

—¡Ah, con qué culera, Enriqueta! Puedes decir lo que quieras, a mí nada me lastima.—

—Ya no te amo.—

—¿Me amabas?—

—Sí, en pasado.—

—Pues ahí tienes, tu primer desamor. De nada.—

— ¿Nunca pierdes, verdad?—

— Si nunca pierdes, es por qué no tienes nada, se llama desapego, lo mejor que puedes aprender, niña. De nada, otra vez.—

— ¿Qué pasó con tu hermano?—

— No puedo decirte niña metiche, es un pacto de hermanos, pero como no tienes hermanos, no sabes de lo que te hablo, a lo mejor si tus papás no estuvieran muertos bajo tierra siendo comidos por gusanos, tendrías uno.— y procedió el loco a imitar de nuevo a los gusanos.—¿Gusta tantito ojo señor gusano? Sí, señor gusano, gracias, sí gusto.—

Enriqueta no pudo evitar reír.

— Estás loco, sí que te amo.—

El loco no supo qué hacer y la aventó levemente, pero con la fuerza suficiente para hacerla caer al pasto. La niño hizo una actuación tirada en el césped mientras gritaba:

— ¡Ayuda! ¡Los gusanos me comen!— y los dos reían como unos desquiciados. La gente que salía de misa susurraban entre ellos: “ya quedó igual de loca que él.”

Al termino de ese día, a media noche, mientras Enriqueta dormía, la despertó un llanto a lo lejos. Se asomó por la ventana y pudo ver al loco gritar entre los árboles y la neblina.

— ¡Hermano!— decía el loco mientras abría los brazos.

Una sombra se acercaba a él. Enriqueta no podía creerlo, era un hombre idéntico al loco. Era su hermano gemelo.

El loco lo tomó de los hombros, pegó su frente a la de su hermano y le dijo “He aquí la consciencia.”

El gemelo cerró los ojos al sentir la frente de su hermano mientras susurraba “He aquí el corazón.”

Los dos voltearon a ver a Enriqueta al mismo tiempo; un escalofrío pasó por el cuerpo de la niña y los hermanos dijeron al unísono:

— Por fin aquí está ella, la diosa, la niña, la luz, la sombra, el universo, Enriqueta, la magia, el inicio; el big bang.

Y todo explotó.

 

INSTAGRAM: marce_lecuona 

 

 

 

Dedicado a mi padre, el loco más extraordinario de todos. Parte de mi Big Bang y mi amor por las letras. Te amo.


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