Estoy tratando de pensar como acabé aquí. No puedo, todo está borroso en mi mente. Mi yo del pasado no logro recordarlo. Quiero morir. Quiero que esto termine. Pero sé que sigo viva porque lo único que escucho es el latido de mi corazón. Oigo una puerta que se abre, ha regresado. No logro abrir mis ojos. No tengo, pero el impulso sigue. Alguien me carga y me levanta del piso para ponerme en una especie de cama. Ahí viene de nuevo.
Hace unos meses celebraba mis quince años, mi mamá se volvió loca con la fiesta, había poco dinero, mi papá solo sonreía cuando se tocaba el tema de un invitado más. Amaba demasiado a mi mamá para decirle que no a lo que fuera. Mis amigas cuchichiaban en la sala, con risa nerviosa, esperaban que fueran Pablo, Juan, Miguel, todos los niños que nos gustaban. Hubo un momento que mi papá las oyó y les dijo: “No habrá muchachos”. Mi mamá le dijo que no fuera ridículo, “Una fiesta no es fiesta si no hay a quien besar”, mi papá de mala gana se paró del sillón y entró a su cuarto. Mi mamá me tomó de la cara y dijo: “Vas a pasar la mejor noche de tu vida cielo, te lo prometo.”
Mi mente está divagando. Divagando, esa palabra nueva que aprendí hace poco en la escuela cuando vi en el patio a Pablo de un lado a otro, serio. Mi maestra se me acercó y dijo: “Está divagando”, no entendí muy bien el significado así que en la tarde fui a un café internet a googlearlo. Pablo entró detrás de mí. “¿Cómo estás?” ¿Dijo mi nombre? No recuerdo, no puedo pensar que yo tenga nombre, ¿Rosa? No, ese es el de mi madre. Malena, ese es, Malena. Pero no lo dijo, así que no volteé cuando me habló. “Malena, ¿Qué haces?” Ahí volteé espantada. Los niños no acostumbran a hablarme, no soy particularmente bonita, mi cuerpo es como de niña y soy bastante tímida. Soy o era. No lo sé.
“Nada, busco palabras”, “No deberías perder tu tiempo en eso, en este maldito país a nadie le importa si eres listo o no, solo importa ser malo para poder comer.” Me contestó sin verme a la cara, con los ojos vidriosos. Apagué la computadora, pagué mis cinco pesos y salí del lugar. Me detuvó del hombro, “perdón, no quise ser grosero. Me gustas.” Esas dos palabras cambiaron mi vida: “Me gustas”. Sonreí, pero no supe que decir. “En unos días es tu cumpleaños ¿no? Me gustaría invitarte a salir antes, mañana si quieres. Nos podemos ver en el parque a las diez de la noche, no le digas a nadie, sé que tu papá es muy enojón.”
Le dije que sí, que vería como me escapaba, pero que lo veía cerca de los juegos del parque a las diez. Estuve nerviosa todo el día siguiente, nunca les había mentido a mis papás. Podía escuchar a mi mamá cantar mientras cosía los últimos detalles de mi vestido. Mi papá tarareaba la misma música para servirle de acompañamiento. A las nueve de la noche entraron a mi cuarto a darme las buenas noches.
“Amor, ya falta poquito, viene toda la familia desde ciudad Juárez. No puedo creer que ya no eres mi bebé.” Dijo mi madre mientras me daba un beso en la frente, mi papá nos veía desde la puerta con la luz del pasillo prendida, lo último que pude ver de él fue su silueta.
A las diez me salí por la ventana, caminé de prisa porque me dio mucho miedo, no asaltantes, sino que mis papás se dieran cuenta, fueran corriendo tras de mí y me regresaran de las greñas. Llegué al parque y ahí estaba Pablo, con las manos dentro del pantalón, una vez más, divagando. Me sonrió a lo lejos, alzó una mano como saludándome, pero de pronto entendí que no me hablaba a mí, volteé y una camioneta pasó rápido a mi lado, unos hombres salieron corriendo de la parte de atrás, me sujetaron, uno me tapó la boca y otro me tomó de las piernas.
Solo pude ver a Pablo una última vez, sus ojos me pedían perdón. Creo que cuando él muera, mi mirada será lo que pasará por su mente, es mi único consuelo, mi única tranquilidad, que exista el karma.
Lo que sigue, lo tengo bloqueado de mi mente; olor a alcohol, dolor, sangre, un doctor (traía un cubre bocas). Abrí los ojos y estaba en un cuarto oscuro, no sentía mi cuerpo, volteé a verme y se me detuvo el alma… mis piernas habían sido cortadas de la rodilla para abajo, sangre y vendas, volteé a los lados y mis brazos estaban igual, solo tenía del hombro al codo. No podía moverme, comencé a llorar, a gritar: “¡Mamá! ¡Por favor mamá!”
Entraron dos hombres, no los vi porque las lágrimas me tapaban la visión. Y uno de ellos dijo: “Ahora los ojos.”
“No, por favor no, no más, me portaré bien, por favor déjenme regresar, por favor.”
Ya no cuento el tiempo, no existe, no sé si han pasado meses, semanas, años, lo único que sé es que ya no voy a poder resistir más, me usan, tienen sexo conmigo, creo que siempre es el mismo hombre, me dice cosas feas, cochinas, me insulta, me llama puerca porque no estoy limpia, me llama “puta”, me pega. Me da de comer en las tardes, pero me pega si hago del baño, no puedo limpiarme, no puedo hacer las cosas básicas de un ser humano. Todos los días le pido que me mate, me dice que un día ese deseo se me va a cumplir, que voy a terminar en un barranco, que seré una desaparecida más.
Lo único que me saca de este infierno es cuando sueño, cuando imagino mis quince años con mi mamá cantando y mi papá tarareando. Solo pienso: “Encuéntrenme, búsquenme, estoy viva aún, estoy aquí, como yo muchas, no nos abandonen, hagan algo, lo que sea, este no puede ser nuestro fin.”
Nota: En menos de cuatro años, más de 7 mil 060 mujeres se encuentran desaparecidas o extraviadas. Así lo destaca la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en el informe que recién publicó sobre la “Situación de los Derechos Humanos en México. Hay mujeres que aparecen con sus extremidades cortadas, sin ojos, se les llama “Lolitas” y son vendidas por internet para ser muñecas sexuales. Es un momento oscuro para ser mujer, pero tú que sí ves, no se te piden grandes esfuerzos, solo respeta a las mujeres que te rodean. Cuídanos, nos están matando.
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