Mariana tenía 13 años. Era una chica introvertida a punto de empezar segundo de secundaria. Siempre estuvo en escuelas de Legionarios, por lo tanto, solo convivió con niñas.
Su padre quiso mandarla a una escuela mixta para que aprendiera a socializar y a tener amigos hombres. Mariana estaba sumamente nerviosa, cuando el transporte escolar pasó por ella a las 7:45 am no sabía que esperar.
Seria, callada y adicta a los libros, solo esperaba no hacer el ridículo en su primer día de clases.
Subió al autobús y en el fondo vio a un joven con cabello rubio. Él ni siquiera se fijó en ella, su vista estaba en la ventana y sus sentidos en los audífonos en los que salía pura música noventera.
El año era 1997.
Mariana salió airosa del primer día, pero conforme pasaron los días era evidente que no sabía tener relación con nadie del sexo opuesto… solo tenía amigas. En el salón empezaron a molestarla e incluso le empezaron a hacer fama de retardada por no decir una palabra delante de sus compañeros y por ser demasiado reservada.
Ella no sabía que sentir o que pensar, estaba cómoda en su propia piel pero simplemente no encajaba con los demás, era como si fuera de otra época, no le interesaban las fiestas, ni el gustarle a algún chico, solo quería estar encerrada con sus libros.
Lo único que le alegraba las mañanas y las tardes era subirse a ese autobús escolar y ver a ese misterioso muchacho, en silencio, siempre callado, más tímido que ella, y con el tiempo supo que se llamaba Santiago.
Pero los dos en su timidez era imposible cualquier contacto, ella con 13 y el con 17 años.
Paso el año escolar, y un día el salón de Mariana se hizo una encuesta, ya saben, quien era el más guapo, quien la más guapa, el más chistoso, el más aventado. Mariana ganó la más tonta. No por sus bajas calificaciones sino por su poca habilidad de relacionarse.
Cuando se es diferente a los demás, se corre el riesgo de no ser aceptado, de ser criticado, pero al pasar de los años uno se da cuenta que lo único valioso es ser único, especial… tener esa esencia natural.
Mariana estaba en suma depresión, a sus pequeños 13 años conoció la tristeza en su corazón. Y ahí, en el fondo del camión, Santiago.
Lo contempló un segundo, ya estaba en exámenes finales y no lo vería en todo el verano… así que, sin nada que perder, decidió grabarse la cara de ese desconocido. Llegando a su casa sacó una gran cartulina y comenzó a dibujarlo.
Era experta en hacer caricaturas, lo dibujo con sumo cuidado, duró toda la tarde haciéndolo, era como un príncipe para ella, ese amor imposible… porque ella lo amaba, no como los amores de ahora, no quería nada de él, simplemente poderlo ver todas las tardes y todas las mañanas.
Al día siguiente, con la cartulina en su mochila, no sabía si entregarlo o tirarlo… pero, ¿Qué podía perder? No tenía amigos hombres, no sabía cómo pensaban ¿Y si él también se burlaba como los demás?
Pasó en el pasillo junto a él, y ahí, sin decir una palabra se lo entregó.
Él no le dijo nada, simplemente lo tomó y con cara sorprendida le dijo: Hola.
Ella se sonrojó y salió corriendo.
Tres días después recibió una llamada, te llama Santiago, le dijo su hermano.
¿Qué? Mariana no lo podía creer, agarró el teléfono ¿Bueno? Y empezaron a platicar como si fueran amigos de toda la vida.
Seguro es una apuesta, seguro se burla de mí.
Pero al pasar los días, Santiago llamaba diario, ya no era una llamada de 10 minutos, eran llamadas de horas.
Mariana nunca había dado su primer beso, nunca había tenido novio, nunca siquiera había tenido un amigo hombre… eso era nuevo para ella y ahora era amiga del niño perfecto, con ese guapo que se sentaba hasta atrás, era demasiado para ella, no el, la situación.
Entre ellos se formó una amistad sincera, honesta, porque eran diferentes, eran únicos, ellos no tenían miedo a los silencios, a los de afuera.
Y un día, el papá de Mariana le dijo que se iban a ir a vivir a Cuernavaca.
No habían celulares en esa época, apenas había internet, no había Messenger, ni Facebook, no Hi5, nada… la única forma de relacionarte con alguien era por teléfono o en persona.
A Mariana se le rompieron todas sus ilusiones, Santiago nunca sería para ella, nunca le daría un beso, nunca le diría novia.
Su última noche en México empacó todo, ya se había despedido de él, puso música y se acostó para dormir. En la madrugada la despertó una luz en la cara, era Santiago con una lámpara “Me tenía que despedir bien de ti”
Y así, fue el gesto más bello de amistad que alguien le había mostrado. Había ido caminando hasta casa de Mariana en medio de la oscuridad, había brincado al balcón y pasó toda la noche con ella hasta que amaneció, platicando y riendo… él era demasiado caballero como para otra cosa.
Le regaló un cassette grabado con música de Andrea Boccelli (que ella era fan) y dos canciones de Oasis.
“Toma, para que me recuerdes”
Ella se fue.
Seguían hablando por teléfono, hasta que un día a ella se lo cortaron por las grandes cuentas que su padre no estaba dispuesto a pagar.
Él fue a Cuernavaca alguno que otro fin, pero poco a poco se fueron distanciando.
Santiago terminó prepa y después la Universidad, se casó con una novia de muchos años y ahora es un excelente papá.
Ella dejó de ser tímida con los años, ahora es la más extrovertida, no le da pena nada, estudió dirección de cine, actuación y ahora tiene un blog… los hombres han ido y venido, ha tenido muchos pero muy pocos han sido especiales.
Hay gente, que aunque solo llegan unos momentos a tu vida, te dan los recuerdos más bellos.
Nadie creía en ella, nadie la tomaba en serio, todos se burlaban de su persona, pero hubo alguien que la vio con ojos diferentes, con ternura, que la conoció y escuchó…
Él fue, su primer amor.
Nunca hubo nada físico, nunca hubo faltas de respeto.
Solo hubo risas, amistad y admiración sincera…
Esa es y siempre será “La edad de la inocencia”
@marcelecuona
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