Hola feminista neófita:
Quiero agradecerte que por fin hayas salido del closet y te proclames feminista abiertamente. Genuinamente creo que cualquier persona que esté en desacuerdo con que casen a niñas a los nueve años, con que asesinen mujeres y que crean que debería ser normal ir por la calle sin la necesidad de compartir tu ubicación en vivo, es en esencia feminista. Creo que es cuestión de sentido común. Pero he aprendido que ese es, justamente, el menos común de todos los sentidos.
Mi abuela es feminista, mi madre también así que yo no lo dudé ni por un segundo. Las palabras “soy feminista” llevan años saliendo orgullosamente de mi boca y a lo largo de estos años me he encontrado a muchas mujeres diciendo que no lo son, creyendo que el feminismo viene de la mano de un fuerte impulso político (que sí, pero no siempre es tan evidente), creyendo que si no quiero ir a una marcha ya no puedo decir que soy feminista y con amorcito les he explicado que el feminismo puede tener muchas formas y expresiones, que podemos ser feministas cuando le decimos a un hombre que no se exprese así de las mujeres, cuando le decimos a una niña que no se quede callada, cuando le pagamos a la mujer que nos ayuda con la casa el día que faltó, cuando escuchamos a otra mujer sin juzgarla ni darle consejos y también puedo ser la feminista que marcha, que pinta las paredes, que rompe cristales y se quita la blusa en protesta. Todo suma.
Y este año en particular me conmovió ver a tantas feministas neófitas, tantas mujeres que se llamaban feministas por primera vez y que iban a su primera marcha. Me llenó de amor ver tanta movilización, tantas mujeres despertando y listas para tomar conciencia, gritando consignas, caminando de la mano, sabiendo que estos pasos que damos hacia adelante ya nunca más serán dados hacia atrás.
En el círculo de mujeres que guío cada quince días hablamos del tema y surgió algo que me llamó mucho la atención; varias de estas mujeres que por primera vez articulaban las palabras “soy feminista” dudaban terriblemente de su feminismo porque en algún momento del pasado no fueron tan sororas, porque no le creyeron a una mujer que les contó un abuso o porque justificaron la violencia de algún modo. Vi las lágrimas salir de sus ojos mientras el juicio hacia ellas mismas se hacía palpable, mientras nos contaban cómo alguien les decía “¿cómo te atreves a llamarte feminista si cuando te conté que mi novio me golpeaba no me creíste?” “¿qué clase de feminista eres si cuando abusaron de ella dijiste que se lo había buscado vistiéndose así?” Podía ver la separación en su interior, ¿tengo derecho a llamarme feminista?
Ahora, mis años de feminismo no me liberaron de las dudas. Yo también me cuestioné después de la marcha, me pregunté si había sido totalmente coherente, si había estado bien marchar enseñando las chichis, si había estado bien correr alrededor de la fogata del zócalo y gritar consignas con las que no estoy del todo de acuerdo, si había sido correcto subir esa foto, si esa era “la imagen que quería dar”. Otra vez el patriarcado taladrando mis pensamientos. Porque sí, por más feminista que me declare, fui criada en una cultura heteropatriarcal (siempre me siento súper lista al usar esa palabra con tantas sílabas), al igual que tú y todes les aquí presentes, por lo cual soy una machista en rehabilitación, al igual que tú y todes les aquí presentes. Repítelo conmigo, con mucha paciencia y compasión “yo también me estoy rehabilitando del machismo” vuelvelo a repetir “yo también tengo misoginia internalizada”
El despertar de conciencia lleva consigo el dolor de observarme tal cual soy, tan imperfecta humana que he sido. Mis errores del pasado se hacen más claros y me llegan flashes del pasado donde no me comporté como lo haría hoy, donde mi inconsciencia y mi herida se apoderaron de mis acciones y fui machista, critiqué a una mujer por como iba vestida, hice chistes misóginos para que algún hombre me aceptara; llegan flashes del pasado en los que no fui la feminista ejemplar que me gustaría ser. Y parte del despertar de conciencia es saber que no lo hice de otra forma porque no tenía las herramientas ni el conocimiento para hacerlo diferente, no lo hice de otra forma porque no me alcanzó, los recursos que tenía me dieron para lo que me dieron y una gran forma de hacerme mierda es juzgar a mi yo del pasado con las herramientas que tengo hoy, es recriminarme no haberlo hecho distinto. Pero déjame decirte algo: no lo hiciste diferente porque no podías. Hiciste lo mejor que pudiste con lo que tenías y no mereces hacerte mierda por esto.
Voy a abrazar a mi yo del pasado entendiendo que estaba más perdida de lo que estoy hoy, la voy a abrazar sabiendo que estaba menos despierta de lo que estoy hoy, la voy a abrazar comprendiendo que sus heridas le dolían demasiado y no tenía las herramientas que hoy tengo para lidiar con este dolor. La voy a abrazar sabiendo que creció en una cultura en la que aprendió que su valor estaba en cómo se veía, que calladita se veía más bonita, pensando que las demás mujeres eran una amenaza porque lo más que podía aspirar era a ser elegida por un hombre, la voy a abrazar con la conciencia de que mamó todas estas creencias desde la cuna y que muchas siguen operando inconscientemente. Y mientras la abrazo voy a estar abrazando a todas las demás personas, porque mientras más en paz esté con mis errores menos necesidad voy a tener de juzgar los de les demás. Voy a tener paciencia conmigo, sabiendo que todos los días estoy haciendo lo mejor que puedo con lo que tengo, voy a ser gentil conmigo entendiendo que entre tanto odio, amarme es el mayor acto revolucionario que puedo tomar, que en este mucho lleno de lucha y división, estar en paz conmigo misma es lo mejor que puedo aportar.
Así que gracias por ser una feminista imperfecta, gracias por tener el valor de observarte, por elevar tu conciencia y por unirte, hermana, a esta bella causa.
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