Siempre me he considerado una persona positiva. Mentira, digamos que de dos años para acá mi vida ha cambiado tanto que me he convertido en una persona positiva. Si alguien me conoce lo podrá decir, tengo mis opiniones y tengo mi genio, pero jamás le niego a alguien una palabra amable, una sonrisa o el escuchar un problema.
Ahora bien, ¿Qué pasa cuando siempre eres tu la que escucha los problemas de los demás? Se los explicaré en un momento.
Recapitulando años atrás, en 2013 le diagnosticaron diabetes a mi mamá, ok, pensarán algunos, eso no es para tanto, pues digamos que sí es para tanto cuando la que está todo el día con ella eres tú. La que cuando se le baja el azúcar y la empiezas a ver temblar porque aún no tiene las dosis de insulina bien medidas, eres tú. Cuando ves a la persona que mas quieres pasarla mal, eres tú.
Pasemos al 2014 cuando ya la insulina está en su sitio, pero llega el cáncer, ¡Oh sí! Ese enemigo tan temido por todos, cáncer de mama, solo en una. Todo empezó con una bolita que los médicos pensaron que ni si quiera era necesario operar de tan chiquitita que era, pero una es necia ¿verdad?: “Mamá, quítate esa bola, ¿qué es que se ve fatal? Es entrar y salir, ni postoperatorio necesitas”, y tres días después… ¡BOOM!
O ring… es el médico diciendo que es un cáncer, urgente busca un doctor, hay que operarlo porque además es uno de esos (sí, ya saben cuales, de esos que con tres palabras los describes) ¿Aún no saben cuál? Está bien, conste que ustedes se los buscaron: Hijo de puta.
Operaciones, noches en el hospital y de vuelta para casa. Ahora empieza la parte divertida: las quimios. No, no me senté al lado de mi mamá para cada quimio, se sentó Ella. Su mejor amiga del mundo mundial. Esa que a veces nos cae gordos a todos porque es bien pinche honesta y tiene unas opiniones muy fuertes que le da idéntico compartir contigo, las quieras escuchar o no. Ella estuvo a su lado todo el tiempo, arriba, abajo, operatoria, postoperatoria, todo el rato. Y yo pensaba ¡no mames! ¡Qué hermosa amistad! E hice recuento…
El recuento es algo muy culero, muy mucho, que debes hacer por lo menos una vez la vida, (aunque te aseguro que serán muchas más) y encontré dos. Dos personas que estarían a mi lado para esto porque querían estar. No por el chisme, porque no fastidies, cómo hay gente morbosa hasta para eso. Recuerdo perfecto un día que una de “mis mejores” amigas me habló para ver cómo estaba mi mamá…. y pedirme un vestido para una boda, a ver si podía pasar a probárselo porque le urgía para ese fin. Fue la primera y última vez que se paró en mi casa o que preguntó por ella.
Y claro, como soy yo, me puse a poner excusas donde la gente no las iba a poner: “Es que seguro le da cosa”, “es que esta muy ocupada… chamba nueva, ya sabes”.
Total pasamos este bache con la cabeza en alto, mirando siempre al frente y un chingo de humor. Porque, si no te ríes cuando aún puedes, ¿cuándo lo vas a hacer?
El sentirme tan sola durante este tiempo (porque tampoco puedes ser la amiga aguafiestas de todas las fiestas contándole a la gente que tu mamá tiene cáncer, ¿estamos de acuerdo?) hizo estragos con mi autoestima. Estragos… empecé en mi vida personal a dejarme llevar por el estar sola, sentirme sola, sentir que a nadie le importa por lo que estás pasando, decidir en algún momento que ya no quieres estar sola y buscar consuelo en cualquiera que se te ponga enfrente (con la consecuente lista de hombres que pasaron por mi vida dejándome el corazón seco y los ojos mojados), sentía mi reloj biológico chillarme… la vida son dos días y uno fue ayer. ¿Qué paso? Pues lo que tenía que pasar; estaba tan necesitada de cariño, de amor, de comprensión que finalmente conocí a un güey. Un güey que me dio todo eso. Desde el primer momento yo sabía que no teníamos nada que ver, que no iba a funcionar, que podríamos ser los mejores amigos y que yo podría quererlo con toda mi alma.
Pero querer no es amar. Y cualquiera que te diga lo contrario, te está mintiendo.
Empezamos primero a salir, dos semanas después a andar y ¿Cómo iba a decirle que no a este hombre tan maravilloso que tenía enfrente de mí? Yo me decía: María, no seas tonta; se desvive por hacerte feliz, te ama con todo su corazón, hace todo por ti y para ti, no tiene ojos para nadie más, ¿Por qué no lo puedes amar como él a ti? ¿Estás tonta o que te pasa?
Así que, ahí me quedé, con él, fingiendo la gran parte del tiempo un amor inconmensurable hacia él y la gente lo sabía. Porque esas cosas se sienten… Ella. Ella me decía ¿pero lo amas? Y yo le contestaba en muy mal modo: “Por supuesto que sí, si no, no estaría ahí. Y si a ti no te parece que lo amo me importa un comino, lo que yo siento es lo importante”. Y me iba. Eventualmente pasó lo que tenía que pasar. Nos fuimos de vacaciones. Me dio un anillo. Sí, un anillo de esos, con el diamante en el medio y me preguntó (con el discurso más chistoso que le he escuchado decir a alguien) “¿María, te quieres casar conmigo?”
¡Sí! Y mis ojos se llenaron de lágrimas mientras le decía que sí, que sí quería pasar el resto de mi vida con él, mientras que esa duda, se plantaba en mi cabeza, con esa voz, osh, pinche voz, odiosa. La mía suena como la de mi mamá cuando hacíamos la tarea de matemáticas y yo no quería escucharla porque ella era mi mamá y qué iba a saber (sí… mi mamá es matemática, ¿eso qué?)
Por otro lado yo pensaba, ya está. Alea jacta est. Ya me puedo casar y no, no voy a tener hijos porque no quiero que esa persona sea el padre de mis hijos, pero sí quiero estar casada y ser normal y ya no estar, ya no estar… rota.
Empecé a planear la boda. Queríamos algo pequeño. Amigos cercanos, poca familia para civil. Y luego irnos a España porque yo soy española, para que mis abuelitos estuvieran en la religiosa. Nunca he visto un papá y una mamá tan poco emocionados de que su hija se case. Nunca.
Mientras mi mamá nos hacía la fiesta, mi papá se quedaba serio mirándolo, como si supiera. Porque sabía. Los papas siempre saben. Las mamás también, pero ellas te dejan que te estrelles para que levantes el vuelo tu solo. Los papás no. Los papás lo odian porque saben, saben que jamás serás feliz con esa persona.
En la plática salió que como íbamos empezando, mis papas pagarían la boda. Algo chiquito repetimos. Pues no, algo chiquito se convirtió de la noche a la mañana en doscientas personas aquí y ochenta allá.
Y mientras esa voz, esa voz que decía ¿tú te das cuenta de lo que estás haciendo? Ni él se merece esto ni tú tampoco. Tú puedes conseguir alguien más, alguien que te llene totalmente, alguien a quien ames. Y él… él se merece una persona que se desviva por él. Eres una injusta. Y eres una hipócrita.
¿Saben quién se dio cuenta de que esa voz existía? Dos personas. Las mismas que estuvieron ahí conmigo durante el cáncer. Y yo no les conté nada. Ellas solo sabían. Porque Ellas saben.
Un mes entero antes de la boda yo ya tenía ataques de pánico. Ataques de tristeza. Ataques de taquicardia. De pensar que esto estaba muy cerca. Que era ahora o nunca. Que o paraba ya o esto iba a ser mi vida de verdad. Una vida que yo no quería para mí.
Y quince días antes de la boda salté.
“Mamá…” “¿Estás llorando? ¿Qué te pasa? ¿Te sientes bien?” “Que creo…. Que creo…. Que creo que no me quiero casar”
En ese momento solté, solté todo, abracé a mi mamá, no sé ni cómo se lo dije, pero le dije que no estaba segura, que lo que estaba haciendo no funcionaba, que no sabía si estaba enamorada y que no sabía si todo eso eran nervios antes de dar uno de los pasos más grandes que una mujer da en su vida.
Y ella muy sabia me dijo: ¿Por qué no hablas con él? Así que fui a comer a su depa (su depa con mis muebles, que yo decoré, porque era nuestro depa aunque yo no viviera ahí aún, pero que sería mi casa los dos próximos años al menos y sobre todo, en quince días.
Comimos a gusto, y luego empecé, primero toda la lista de cosas que no me gustaban de él, y luego… no sé si sigo enamorada de ti. Porque decirle a estas alturas que nunca estuve enamorada me pareció muy fuerte y un daño innecesario ¿estamos de acuerdo? Él me respondió muy sereno, pero con los ojos rojos: “Pues yo no me puedo casar con alguien que no me ama”.
Le dije que iría a mi casa a pensarlo. Me fui a casa de una de Ellas y fue la que me dijo: “Nadie se ha muerto por cancelar una boda.”
Al día siguiente todavía me levanté confundida, pero a lo largo del día lo vi. Lo vi tan claro como un vaso de agua. Y le dije a mi papá, a mi mamá, a mi hermano y a él… que no. Que no me iba a casar.
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