Cuatro.
Harto de ser hueco oscuro de tiempo indescifrable, decidió tomar acción ante lo inevitable. Harto de escuchar lamentos de gente inconforme por el trabajo que hacía todos los días, anunció su retiro indefinido.
—Cerrado hasta próximo aviso—. les dijo con silencio abrumador.
Todos perdieron el control al notar que él ya no estaba.
—¿Se habrá ido de vacaciones? ¿Cuándo volverá? ¿Dejó una nota explicando el por qué se retiraba? ¿Dijo si alguien tomaría su lugar?— replicaron los angustiados clientes. Una cosa era quejarse por el mal servicio y otra muy diferente era estar desamparados sin anticipación del abandono.
Se hizo una huelga mundial; dijeron que no estaban de acuerdo, desde Francia hasta Israel, Argentina y Alaska, por fin todos los países tenían algo en común, no iban a permitir una injusticia más.
Una situación similar sucedió cuando la gente se había dado cuenta que Dios los había dejado a su suerte; se percataron que estaban indefensos ante una idea mitológica que el mismo ser humano se había creado para no sentirse solo.
¿Pero él? ¿Qué harían sin él? Esa actitud desalmada no la esperaban, nadie lo pudo haber anticipado.
Quemaron basura, gritaban, creaban videos en redes sociales mientras reclamaban su derecho básico de ser escuchados. Llantos, sketches, rituales, no había límites a la hora de exigir lo que les pertenecía por el simple hecho de estar vivos.
En Tik tok, expertos en el tema daban sus predicciones. Instagram estaba repleto de gente que hacía “en vivos” para discutir qué pasaría si él no volvía. Facebook seguía siendo un lugar neutral repleto de memes, mientras que en los canales de televisión se esparcía el miedo de conductores fatalistas pagados por el gobierno.
Al pasar las semanas, perdían esperanza ante la incertidumbre de su destino.
—¿Qué es eso de estarme culpando de todos sus problemas? Que se quejen en internet, así como lo hacen por todo—. Estaba decidido, no trabajaría ni un día más hasta que le dieran su lugar.— ¡Qué se las arreglen solos! A ver si muy chingones!—
Varias personas, entre ellas una mexicana llamada Michelle, quedaron pensativos sin reacción.
No es que necesitaran que él fuera a trabajar; lo ansiaban, lo esperaban, lo extrañaban. No es lo mismo querer que necesitar.
La noche ciento trece de huelga sin él, Michelle tomó una vela, la prendió, se hincó y suavemente, con pausas en las que sentía pasar la sangre desde la mente hasta el corazón y viceversa, impulsando aire con la ayuda de sus pulmones, dijo una pequeña oración.
—Nos gustaría que estuvieras de regreso. Sin ti, todo es miedo.—
Al despertar, Michelle encontró prendidas todas las luces de su casa. Lo tomó como un descuido de su parte. La noche ciento catorce, al regresar del trabajo, prendió otra vela y repitió el mantra del día anterior. Se aseguró de apagar todas las luces antes de irse a dormir. Se acostó boca arriba mientras una lágrima salió de su ojo izquierdo.
—No nos desampares, tú no, tú no por favor— le imploró.
Despertó a las ocho de la mañana para ir a trabajar, pero escuchó en las noticias que el metro y todo transporte público estaría cerrado por las incesantes huelgas.
Al abrir el refrigerador para hacer el desayuno, se dio cuenta que todas las luces estaban prendidas de nuevo.
La noche ciento quince hizo el mismo ritual; vela, oración, lágrima, irse a dormir. Cada mañana, el resultado similar, las luces prendidas al despertar.
Así consecutivamente hasta la noche trescientos treinta y uno.
Michelle no prendió vela ésta vez. Enojada, cansada, con pocos ahorros en la cuenta bancaria ante extrema desesperación, abrió la ventana de su recámara para asomarse en ella y ver el cielo vacío.
—¿De qué sirve prender la vela si tú vas a prender la luz en la mañana? ¿No lo entiendes? ¡Yo puedo prender la luz!—. Michelle lloraba con angustia— ¡Se te pide otra cosa! ¡Entiende, carajo!—
Al día siguiente, cuando Michelle despertó, no habían luces prendidas. No había electricidad en ningún rincón del mundo. Así fue como el primer apagón tomó forma. Adiós televisión, celulares, electrodomésticos, transporte; si querían luz, tendrían que buscarla.
El universo, emperador de manto galáctico, estaba firme con su decisión; no iba a aceptar maltratos de semejantes y malcriados; sus gritos y reclamos serían ignorados.
O aprendían a encender la luz por ellos mismos o seguiría la huelga.
INSTAGRAM: @marce_lecuona
Dedicado a Michelle Rodriguez que me enseñó a hablarle con respeto al universo para poder ver las estrellas.
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