El otro día mis amigas me avisaron por WhatsApp lo inevitable: Mi ex novio Rafael daba anillo de compromiso. No sabía cómo sentirme al respecto, digo, no es como que pensara en la posibilidad de estar juntos o que lo añorara, pero medité sobre el destino, en las decisiones que tomamos. La vida es una perra caprichosa y esas personas con las que juras que pasarás el resto de tus días; amigos, novios, familia, en un momento toman su camino y ni siquiera te vuelves un conocido. Solo si tienes suerte, te conviertes en un buen borroso recuerdo con algún tipo de soundtrack mal grabado.
Recordé los buenos momentos, como el día que cumplimos dos meses y vimos en mi cama “500 days of Summer”. Después nos bañamos juntos y me besó en la frente mientras me daba las gracias por haberme metido con él en la regadera, cosa que nunca había hecho con alguien más.
O el primer fin de semana en San Miguel de Allende, o el catorce de Febrero en un spa en Tepoztlán mientras yo lloraba en la carretera por la muerte de mi mejor amiga, o ese atardecer en Puerto Escondido mientras leíamos y tomábamos una copa de vino. El momento exacto cuando me hizo bailar en un estacionamiento o cuando me dejó una nota en nuestra primera noche juntos.
Nuestros ex amores nos hacen, nos forman, nos crean. Desde el primero al último, pero sobre todo, ese amor pasional. Y al juzgar por nuestras parejas actuales puedo darme cuenta de algo: cuando uno crece quiere madurez, tranquilidad, paz emocional. Ese compañero que sea más amigo que amante. No siempre nos quedamos con ese gran amor, nos quedamos con el más certero, el terrenal.
Porque ese amor loco, intenso, pasional, es solo para recordarte lo que no quieres, lo que pudo ser, pero que no tomaste porque era sinónimo a suicidio.
Entonces recordé lo malo también; los celos, los golpes, el llanto, la desconfianza, las inseguridades, los “¿Por qué me haces esto?”, los reclamos… y de nuevo la reconciliación, el jurarnos almas gemelas.
No sé si sea conexión o qué, pero un día antes de enterarme de su compromiso soñé con él. A lo mejor lo que no resolvimos en esta vida, se resuelva en la que siga y él nace como mi hijo, mi padre o algo parecido. Pero si no hay otra, ya todo está saldado, estamos cada uno donde debe estar.
Después de que tu ex toma la decisión más importante de su vida, casarse y establecerse, meditas lo siguiente: ¿Eso hubiera querido yo hace un par de años? ¿Quiero eso ahora? ¿Boda, hijos, ser madre? ¿Algún día estaré lista como él?
Algo sí sé, él nunca me hubiera dejado crecer, él quería una mujer sumisa, simple, que cuando fuera madre se quedara en su casa, una mujer tranquila que lo mimara, una mujer que no era yo.
Así que la vida nunca se equivoca.
Unos meses antes de terminar la relación, yo le pedía irnos a vivir juntos y él siempre le daba vueltas al asunto. No puedo evitar preguntarme si realmente me amó y si alguna vez pensó en formar un futuro conmigo.
La respuesta es, y siempre fue, una frase que Summer dice, ese personaje de la película que una vez vimos juntos y de ese soundtrack que poníamos una y otra vez mientras duró nuestra relación:
“… Sólo desperté un día y lo sabía.
-¿Saber qué?
-Aquello de lo que nunca estuve segura contigo.”
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