La semana pasada fue el día contra la violencia de la mujer, las Mimosas no podemos quedarnos atrás en ese tema ¿están de acuerdo? Hoy les tengo una historia fascinante, me gustaría tomar crédito pero no puedo, como diría cierto canal de cable, la realidad supera la ficción.
Estoy leyendo un libro buenísimo llamado “La suerte de la consorte”, que trata de todas las esposas de los presidentes de nuestro país empezando desde el virreinato. Uno podría sorprenderse de la vida de estas mujeres y pensar que hemos evolucionado mucho. Pero no, de hecho no hemos evolucionado nada.
Pero esta la historia de una mujer que me dejo helada, una mujer fuera de su época, con más pantalones que cualquiera, que su vida fue un literal infierno, y su muerte más… y una pensará: ¡Dios mío! ¡Pero esta mujer que tenía que pagar!
Lean su historia y verán…
Hace muchos años en nuestro país, había un presidente llamado Porfirio Díaz, uno que duro 30 años… ¡espero lo ubiquen Mimosas! Él había luchado contra Benito Juárez porque este se reelegía todo el tiempo, pero cuando Díaz estuvo en el poder hizo lo mismo hasta que no le quedo de otra que poner un títere que pudiera manejar a su antojo pero que el siempre estuviera atrás de el… si esta historia les suena familiar, tipo Peña Nieto y Salinas, yo no tuve nada que ver, así es la historia, se repite todo el tiempo.
Bueno, este títere se llamaba Manuel González y fue nuestro presidente de 1880 a 1884… o sea, ya tiene más de un siglo ¿Quién lo recuerda? Yo creo que ni su parentela… en fin, este hombre era general y mano derecha de Porfirio Díaz, su esposa se llamaba Laura Fernández de Arteaga y Mantecón-Pacheco. Laura, hija de una pudiente familia oaxaqueña, fue educada de manera notable. Raro en las mujeres de ese tiempo cabe mencionar.
Se casaron en 1860; ella de 15 años y tuvieron dos hijos, Manuel y Fernando. Su esposo era dado a la vida crápula (Hombre que lleva una vida de vicio y libertinaje)… perdón, me gusta hablar como si fuera de la época para darle más sazón a mi post jajaja… continuamos… coff coff…. en los burdeles, y desde inicios del matrimonio, fue maltratada física y económicamente.
Laura Mantecón nunca llevó una vida matrimonial feliz al lado del general González, quien tenía fama desde siempre, de llevar una vida licenciosa, que en nuestros tiempos significa, vida pirujienta. Lo cuál era cierto, sus orgías y francachelas en los prostíbulos y en las casas de sus amigos eran cosa sabida por la sociedad y la prensa.
Se afirma que mandó a traer a dos francesas y a una circasiana, expertas en artes amatorias, y que a ésta última la instaló en su hacienda de Chapingo, estado de México. Y todo esto sin el menor respeto hacia su esposa Laura.
Desde principios del matrimonio, Laura fue maltratada físicamente (en dos ocasiones, como explicaría ella después, Manuel le provocó dos abortos) fue privada de recursos económicos para subsistir y fue humillada. Cierta ocasión, cuando ella fue a recoger al general González al campo de batalla, éste le gritó que seguramente había tomado la molestia de ir porque suponía que él había muerto y así estaría libre para buscar a otro afecto. Sin embargo, el que tenía otras parejas era González. Durante su paso por los cargos que tuvo, casado con Laura, Manuel sostuvo relaciones pasajeras y serias con mujeres de la vida alegre y con las hijas de familias ricas, en las que incluso hubo hijos que él mismo reconoció.
Su cinismo fue tal que, no sólo llevaba varias relaciones simultáneamente jurándoles a cada una lealtad total, sino que incluso las llevó a vivir al hogar familiar en Peralvillo y como Laura era un obstáculo, la envió a Cuernavaca con instrucciones de no regresar a la capital.
Laura regresó pues el general no le daba dinero para mantenerse, él se molestó mucho y le impidió entrar a su hogar mandándola a Tacubaya, a un sitio que ni siquiera tenía cocina.
Durante el tiempo que González fue presidente, éste vivió con otra mujer en la casa de Peralvillo, donde alguna vez viviera Laura, quien desde 18788 se había distanciado de él. Ante tal descaro, Laura hubo de aguantarse pues el Jefe del Ejecutivo no podía verse envuelto en un escándalo de tales dimensiones.
Laura no aguantó más la humillación y un buen día, cansada y molesta, presentó una demanda de divorcio civil. Mimosas, esto era un escándalo, era mejor estar muerta que divorciada, ahorita es lo más común del mundo pero estamos hablando de hace más de un siglo, imaginen lo harta que ya tenía a esta pobre mujer.
El proceso de divorcio entre Laura y el general González fue muy sonado, los documentos del juicio fueron escritos a mano por la señora Mantecón.
En sus propias palabras, desde que se casó, muchas ocasiones tuvo que trabajar o pedir ayuda a sus familiares porque su esposo la tenía abandonada.
En varias ocasiones, Laura presenció actos vergonzosos de su marido con las sirvientas de su casa. Esto fue agravándose y el esposo se empeñaba en volver transparentes los muros de su alcoba. El general era, además, de muy mal carácter, era indecente y grosero con ella en la intimidad y en público.
La maltrataba y golpeaba causándole lesiones de importancia que la obligaron a acudir al médico.
La exponía a peligros llevándola o mandándola por caminos difíciles y llenos de bandidos y desertores, en compañía de soldados que no la respetaban. González acusaba a Laura de ser el principal factor de sus desgracias.
Manuel le negó a Laura entrar a su propia casa y lleva a ese lugar a una de sus queridas. Para no afectarle a González en su carrera política, en lugar de proceder jurídicamente se separa en 1878.
Por siete años, Laura vivió en otra casa y una vez terminado el cuatrienio presidencial de su esposo, puso la demanda de divorcio.
Durante su periodo presidencial, Manuel aprovechó su posición de alto funcionario para cambiar los bienes conyugales a su nombre y mandó a hacer cambios al Código Civil para impedir que Laura triunfara ante el divorcio.
La reforma que Manuel González hizo al código en 1884, hace algunas modificaciones destinadas a afectar a aquéllas mujeres que como Laura, tuvieran el atrevimiento de quererse defender de maridos abusivos como él.
LAURA MANTECÓN SE ATREVIÓ, SOLA, SIN APOYO Y SIN RECURSOS, A PELEAR NO SOLO EN CONTRA DE LAS COSTUMBRES SOCIALES SINO CONTRA UN HOMBRE PODEROSO Y RICO. La respuesta de González fue hacer todo lo que estuvo en sus manos para hundirla. La corrió de su casa, le quitó a sus hijos, la dejó sin medios de manutención y manchó su nombre. Laura no encontró ningún abogado que quisiera hacerse cargo de su caso, ni tampoco alguien que quisiera ser testigo en contra del acusado.
Recurrió con su hermana, con su cuñado y con su compadre Porfirio Díaz y los tres se negaron. El juez de lo civil encargado del caso de la señora Mantecón fue comprado por González y por lo tanto, actuó al favor de éste. Valiente y decidida, Laura insiste ante la autoridad acudiendo a un tribunal superior. Con su letra redacta, nuevamente, los documentos. Lo que deseaba era separarse de él, pero tener acceso a sus hijos y a una pensión alimenticia.
Mientras todo el proceso jurídico es asimilado, Laura Mantecón, en ese tiempo de 40 años, busca trabajar para subsistir pues González se opuso a mantenerla. Primero instala una escuela elemental en la calle del Empedradillo, hoy en la calle Monte de Piedad, en la Plaza de la Constitución, cuando los maestros que colaboraban con ella renunciaron por el hostigamiento oficial, monta una casa de huéspedes en la que cuida mucho exigir que las parejas demuestren estar debidamente casadas. Pero como las autoridades siguen interviniendo en sus proyectos, se va a Estados Unidos y en Nueva York estudia medicina homeopática. Una vez en México, Laura no puede ejercer pues a las mujeres no se les permitía, de tal forma que se hace costurera y abre una tienda de ropa para dama.
“Se vivir a expensas de mi trabajo honrado sin mendigar lo que por derecho me pertenece”, declararía.
Sus esfuerzos para ganarse fueron reprochados por la autoridad, pues el juez se negó a conceder el divorcio y afirmó que ella avergonzó a su marido cuando se fue a poner establecimientos y a viajar por el extranjero sin su permiso. Al final, Laura pierde todo, los jueces de las dos instancias a las que sometió su caso, se negaron a concederle el divorcio atribuyéndole enfermedad mental, desórdenes emocionales, celos enfermizos y deseos de venganza.
Le quitan techo, familia y sustento dejándola en la peor de las miserias mientras su aún esposo derrocha enormes fortunas. Sus dos hijos militares ofrecieron alguna vez a ayudarla económicamente pero ella se negó pues eso era algo que le correspondía al general González.
Laura escribe en el juicio:
“Cualquiera que tenga corazón alcanzará a comprender lo intenso de mi pena”
Nadie lo tuvo.
Laura Mantecón falleció el 14 de diciembre de 1900 en la ciudad de México a la prematura edad de 55 años. Sus restos descansan en el Panteón de Dolores, donde al fallecer, nadie elogió su persona, como se acostumbraba cuando muere la esposa de algún político importante. Hoy en día, se sigue acusando a Laura de haberle hecho daño al general, de acosarlo y desprestigiarlo, de estar enferma de celos.
Esta historia se la conté a la Mimosa Luz el otro día, y me dijo, “No sé, yo me hubiera aguantado… al final murió sola, sin sus hijos, sin un centavo…”
Pero al final de sus vidas, en sus últimos suspiros, imagino el miedo a la muerte que debió haber sentido ese monstruo llamado Manuel González y la paz y dignidad de la señora y el alivio con el que enfrentó su muerte pues ¿Qué es la muerte cuando vives la vida tan dignamente?
Y aquí estamos, en pleno 2013, recordando a una mujer como ella, que con su fina letra escribió: “Pudiendo sucumbir por los desórdenes y torpezas de mi esposo he decidido luchar, porque sucumbir parece tan poco natural en una mujer”.
¿Vida real o ficción? Yo creo que se requiere ser mucha mujer para ser una Laura Mantecón ¿Tú no?
@marcelecuona
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