Mi nombre es insignificante, llega el momento que el comunicador no es importante, bueno, no más importante que el comunicado en sí. Me siento afortunada, pudo haber sido peor.
Ya han pasado más de dos décadas y aún así, está en mi mente, sigue ahí.
Todos sabemos que si tomamos malas decisiones en la vida con el tiempo cobran factura. El efecto mariposa; toda acción tiene su reacción: “el aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un Tsunami al otro lado del mundo” o para ponerlo más claro: “El simple aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo”. Pero, ¿Qué pasa si esta mariposa no aleteó por voluntad propia? ¿Qué sucede si alguien movió sus alas sin su consentimiento? ¿Aún así surge el Tsunami?
Mi madre, separada de mi padre, tuvo que trabajar una noche y nos quedamos a cargo de un tío.
No convivíamos mucho con él, pero era un tipo simpático; siempre jugábamos a las luchitas, algo por lo que mi madre con frecuencia me reprendía: “No eres un niño, no juegues pesado”, era su eterno alegato.
Esa noche en particular no podía dormir, a mis tiernos diez años ya sufría de insomnios crónicos. Recuerdo haber visto un documental sobre demonios. Después, eso se volvería irónico. Me quedé unos minutos en la cama, me daba pena decir que tenía miedo, que no podía estar en la oscuridad, pero tomé valor y corriendo por el pasillo, me escabullí en la recámara de mi madre.
Ahí estaba él, la persona a la que llamaba “tío”. No sé porque le llamábamos tío a la pareja de mi mamá, supongo que para crear algún tipo de afecto.
El “tío” me sonrió.
– ¿Qué sucede?
Me quedé callada. “¿Confieso que tengo miedo?” pensé. “No, no digas nada, ya eres una niña grande”. El tío estaba acostado y levantó las sábanas el lado desocupado. Me indicó con un gesto que podía acostarme junto a él.
“¡Yeiii! Aquí ningún demonio podrá hacerme daño”.
Tiré mi cuerpecito junto al suyo, lo abracé, realmente moría de miedo. Me empezó a sobar la espalda, una especie de cariñito. Me gustó. Mi madre solía hacerme esos cariños cuando era pequeña horas enteras, y cuando paraba, siempre me movía o saltaba un poquito para que siguiera haciéndolo, me encantaba.
Así que no creí que tuviera nada de malo y de repente, la mano de mi “tío” comenzó a bajar.
Retiró en un movimiento mis calzoncitos, ¿Qué estaba ocurriendo?
Empezó a tocarme en lugares donde ni yo me tocaba, no sabía siquiera que existían esos rincones dentro de mí. Quise llorar, no quería verlo a los ojos, me hacía la dormida para pensar ¿Qué hago? Si grito o me muevo me puede ir peor, pero ¿qué está haciendo mi tío? Me lastima, me confunde, me quiero morir; no sé qué está pasando.
Duró así media hora, lo que para mí fue una eternidad. Cada vez era más fuerte, más intenso; me daba asco, repulsión.
Cuando rompes la confianza de un amigo o un novio, tiene arreglo, pero romperle la confianza a un niño, simplemente no tiene sentido.
Yo confiaba en ti, “tío”.
Hice un movimiento fingido, como si estuviera despertando. Todavía tuvo el cinismo.
– ¿Todo bien?
No, no todo bien. Ni siquiera alcé la mirada, temía que si lo veía me convertiría en piedra, me sentía sucia, literal una puerca. Corrí hacia mi habitación y cerré la puerta. Ahora tenía miedo a otro tipo de demonio.
Llegó detrás de mí.
– ¿Qué pasa? ¿Sigues espantada? ¿Quieres que te siga haciendo cariñitos?
Mamá, quiero a mi mamá. Lo volteé a ver a los ojos, firme, decidida y ahí supo, que yo ya sabía, ya me había dado cuenta, fue antes y un después de mi inocencia.
Se fue.
Y mucho tiempo no dije nada, hasta que cuatro años después, se lo confesé a una tía, y ella, se lo dijo a mi madre.
Nadie me creyó. Él juro por su madre que no había sido cierto: “Seguro estábamos jugando luchitas como siempre y ella se confundió”.
No pasó nada, nunca se volvió a comentar el asunto. Hasta que un día, una de las sobrinas de mi “tío”, sangre de su sangre, se me acercó y en susurros me dijo: “yo sí te creo, no has sido la única.”
El “Yo sí te creo” tiene un poder absoluto y vibrante en el alma.
Por muchos años no pude relacionarme con los hombres, no confiaba en ellos, no creo que tengan buenas intenciones. Un efecto mariposa, por su culpa, pagaron todos, “todos son unos mentirosos rastreros que lo único que quieren es sexo.”
Pagué con esa moneda muchas veces con tal de ser querida.
Supe, con el tiempo, que sí hay hombres buenos, pero cada vez que conozco a alguien del otro género siento algo de miedo, no puedo evitarlo, parece que sólo ellos saben hacer ese tipo de daño.
Cuántos padres, primos, sobrinos… ¿cuántos tíos no hay en el mundo?
Una de mis alas está rota, y creo que siempre lo estará, lo único que queda en esos casos, es, con una alita rota, aprender a volar.
TWITTER: @marcelecuona
INSTAGRAM: marce_lecuona
SIEMPRE HABLAR, SIN MIEDO, DENUNCIAR.
Nota: Dedicado a todas las mariposas, a esas que tienen el valor de hablar, compartir… a pesar del miedo, de las repercusiones. Porque, después de una cosa así, nos llaman putas, dicen que nos lo buscamos. YO SÍ TE CREO, NO VIVAS CON CULPA. Dedicado a todas las niñas y a todas las mujeres que sufren feminicidios y abusos sexuales.
Gracias por este escrito, leerlo duele, pero alivia verlo fuera de mi cabeza.
Gracias Marcela, duele leerlo, pero reconforta saber que las mariposas sanamos, volamos y somos maravillosas a pesar de todo y de todos. Nunca más solas <3 Te creo
Al leerlo recordé de las primeras heridas en mi almas, al igual que tu en un principio no sabia lo que pasaba y nunca tuve la confianza de contarle a mi madre, ni a ningún familiar, hasta que supe que le pasaba lo mismo a mis primas, y me sentí mal al nunca tener el valor como ellas con sus madres, pero no podía tener confianza en ningún adulto, ni siquiera a mi padre, sentí que esa noche perdí algo y nadie me lo iba a poder regresar.
Te admiro por poder hablar y defenderte.
OJALA NUNCA MÁS UN ADULTO PUEDA ROMPER LOS SUEÑOS, LA VIDA, EL ALMA DE NINGÚN NIÑO.
TE ADMIRO Y RECONOZCO EL VALOR DE TUS PALABRAS.