Es bien sabido que todos los días tomamos decisiones, que el ser humano está constantemente eligiendo, desde pararse o no, dormir cinco minutos más o mejor diez, qué desayunar, qué ponerse, qué hacer primero, qué es lo más importante de la lista del día, qué es lo más urgente y sobre eso anteponer lo importante, etc. Hay múltiples estudios, libros, guías y cursos, pero las circunstancias de todos son distintas y lo más difícil de romper es el miedo, pensar en lo que a veces debemos dejar atrás para lograr nuestros objetivos.
Veintinueve años hice lo que me dicto el deber ser, cumplí a pie juntillas lo que uno sabe que tiene que hacer para encajar en una sociedad que te empuja a vivir en cajas y cánones bien delimitados. Incluso, si te esfuerzas por romper todo aquello, eres y serás calificado como un rebelde, irresponsable, vale madres y hasta cierto punto egoísta. De haber cumplido, no me arrepiento ni un segundo. Ha sido lo adecuado para llegar a este punto y decir: no más, de ahora en adelante haré lo quiero hacer.
A los diecinueve años me encontraba, según yo, muy enamorada, cuando el matrimonio se convirtió en una opción real, salí corriendo. De un momento a otro en el lienzo de mi vida ya había un marido, una boda, una nueva familia, hijos, la casa, el auto, el perro; por supuesto y lo demás que conlleva el asunto. Situación que no me parece para nada mala, pero en ese momento no era lo que deseaba. Por un rato me dediqué a explorar la pintura, la danza, el dibujo, la escultura, el canto, y no; mis habilidades podrían haber sido ejercitadas y llevadas a buen término, pero no, no eran el camino. He de agregar que, por cada actividad, mi mente se hacía un mapa mental o más bien una película de cada una de las posibles vidas que eso me traería. Historias, muchas historias empezaron a deambular como pequeños destellos de luz de algo más grande que descubriría mucho después.
Entonces, decidí que si lo que me gustaba en general era el arte, la respuesta era clara, Historia del Arte. Claro, ello no implicaba un trato directo con las obras que era lo que yo quería. Una vez más me encontré en el limbo de la indecisión. Un día en casa vi la película del Hombre Bicentenario y ahí encontré la respuesta. La novia del hombre bicentenario en una de las escenas se encontraba limpiando una escultura y en otra arreglando un gramófono y dijo las palabras clave, —soy conservadora—. En ese preciso momento me senté en la PC familiar y me conecté a internet, con nervios esperé a que el teléfono dejara de sonar y se conectara la línea de cable de internet a la computadora, eran los noventa y todo era muy lento. Entré al buscador y escribí carrera en conservación y fui a estudiar la licenciatura a la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía. Inicié una carrera rodeada de arte y de Patrimonio Cultural, denominación que no conocí hasta que estuve ahí. Sin embargo, con el paso del tiempo algo no se sentía del todo bien. Las historias seguían su curso en mi cabeza.
Un año antes de graduarme comencé a trabajar en la Revista Internacional de la Escuela y me cautivó por completo. Ahí conocí a dos grandes amigas, que fueron mis jefas. Cada artículo que trabajábamos era una historia distinta, con personajes particulares. Mientras tanto, comencé a tener una gran pasión por leer y escribir, practicante lo que fuera, todos los días un poco más. Todo comenzó con Ricardo Garibay, quien comenta en su conferencia “Astucias literarias”, las palabras de Alfonso Reyes: “[…] comencé haciendo versos, sigo haciendo versos y moriré haciendo versos, ojalá. Sí, este es el destino del que tiene el oficio de escribir. Era la cacería de cada renglón, de cada palabra, de cada acento; era desesperante, no se sabía nada y se quería emprender los mayores esfuerzos posibles […]”. Palabras que hirvieron mis venas una a una. Esto también lo quiero hacer cada día, a cada minuto. Leer, escribir, revisar y reescribir. Botar las hojas y volver al inicio. Las palabras y las letras recorrían mi cuerpo como hormigas, poblando un cuerpo que por mucho tiempo se había dejado llevar por las decisiones que la vida te pide tomar para cumplir con ese “deber ser” que a todos de alguna u otra manera nos aqueja para bien o para mal. Muchas historias comenzaron ahora a residir en el cajón.
El 30 de marzo de 2015 ocurrió lo más inesperado, mi más grande amigo y sabio favorito, mi padre, falleció. Hasta ahora, el peor de mis días. Durante meses mi cuerpo funciono por default. La tristeza y la desesperación eran el páramo que mis ojos afrontaban a diario. Un buen día descubrí que el duelo había pasado, pero el pesar seguía de alguna manera latente. Sin más, desperté un día con una decisión más difícil aún, no sabía quién era, ni lo que estaba haciendo, ni para qué, ni cómo apoyar a mi familia. La muerte de mi padre significó el despertar de algo mucho más interno, el despertar de mi ser. Si la vida en efecto nos dirige inevitablemente a la muerte, entonces, qué hacer mientras tanto, pero no sólo qué hacer, quién quiero ser y para qué. Un día caminando por la calle, pasé a la farmacia y el señor que atendía me preguntó: — ¿Tú eres la hija de Don Nacho? Abrí los ojos y respondí que sí, a lo que siguió la pregunta que me temía, —¿Cómo está? Hace mucho que no lo veo, no ha venido por sus cigarros—. A lo que respondí con un: falleció en marzo. El señor me miró con lágrimas en los ojos, quise correr, pero continúo refiriéndose a él como un gran amigo. Durante ese mes, me topé con varias personas que yo desconocía, pero que a él lo conocían muy bien. Como buen veracruzano, saludaba siempre y se ponía a platicar con diferentes personas cercanas a su residencia. Mi padre, en sus últimos años se había retirado y al parecer la pasaba muy bien en los cafés de la colonia leyendo y fumando sus cigarros. Hasta me enteré de que estuvo dando clases de matemáticas a un mesero, quién también lloró al enterarse de su partida. Esto me hizo darme cuenta de lo importante que era conocer a la gente, escucharlos y saber sus historias. Regresé a casa y comencé a escribir una vez más. De cierta manera sentí que estaba traicionando a mi profesión deseando escribir, que estaba traicionando las decisiones de vida que había tomado hasta entonces. Escribir no había sido parte del plan. Entonces pasé noches enteras pensando cómo resolver el asunto. Tenía que titularme y seguir trabajando para obtener lo necesario para pagar la renta, la comida de mis mascotas, la mía y todo lo demás. ¿Cómo cambiar ahora tan repentinamente de carrera?, cuando parecía que la vida ya estaba resuelta. Continué con mi labor en la revista.
Un buen día, decidí desmantelar mi vida cómoda, fructífera, la tan conocida “zona de confort” y afrontar mi realidad, mi deseo. Esto que estoy haciendo me gusta, es lo que debo, pero me falta esa otra parte de mí, la creativa. Esto que me a completa y hace levantarme cada mañana con la certera y franca pasión de continuar día a día. Bien aventurados todos aquellos que han escogido bien y son felices en sus quehaceres diarios. Yo agradezco infinitamente a todas y cada una de las personas que han pasado por mi rumbo, les he aprendido, pero más aún, a aquellas que me envolvieron en el mundo de la edición, de las publicaciones, de los argumentos, de las historias, de la poesía, de los personajes, de las letras.
Meses antes de que mi papá falleciera, ya había entrado a la escuela de la Sociedad General de Escritores Mexicanos para perfeccionar mis aptitudes dentro de la revista, en donde conocí a personas maravillosas que se reunieron en ese recinto por amor a las letras. Había un piloto, un ingeniero, una etnóloga, una psicóloga, un músico, un dibujante, una arquitecta, un empresario, una ex secretaria, una actriz y varios más; todos ellos de distintas edades y condiciones de vida. La mayoría abandonaron parte de sus vidas para aprender a escribir; ahora son grandes amigos que se han convertido en: poetas, novelistas, cuentistas, periodistas, comediantes, dramaturgos, cronistas y guionistas. Eso me hizo entender que no está mal romperse la vida, romper con la continuidad de la vida que uno responsablemente ya se había trazado. Que el deber ser a veces nos lleva a caminos que ni siquiera nos habíamos planteado.
Hoy, después de haber renunciado para poner en práctica la escritura, lo cual significo no tener una paga quincenal. Estoy escribiendo. Me costó un año poder integrarme al mundo de las letras y todavía falta mucho, lo sé. En ocasiones el temor de fallar nos alberga, pero continuamos, nos lo dicen los días, en los que lo único que pensamos es en hacer eso que nos completa, si bien no nos hace felices, porque la felicidad es un cúmulo de cosas internas, nos hace pararnos todos los días a seguir intentando, a trazar ese camino que deseamos. A veces me parece injusto que la pérdida de mi padre me abriera esas puertas, pero sucede que vivimos muy a prisa y no nos detenemos a pensar y este tipo de cosas nos hacen reflexionar, si bien nos va. Ojalá para muchos el camino sea más claro, pero no rápido, insisto, eso puede ser contraproducente, más en este momento de la humanidad en el que todo debe ser ya, o se te va la vida.
El hecho es, que todos en algún momento pasamos por crisis de vida y no sabemos si estamos haciendo, más que lo correcto, lo que queremos y necesitamos.
La cuestión es, que también a la par de esa decisión te encuentras con el cómo. ¿Qué es lo que voy a hacer para llegar a ser quien quiero? No, no es una respuesta fácil. Recientemente me encontré con una TED Talk de Ruth Chang, llamada How to make hard choices (¿Cómo tomar decisiones difíciles?), en donde explica que gracias a esas decisiones difíciles es como forjamos a la persona que queremos ser. Si el resultado fuera fácil de obtener, entonces estaríamos continuamente dándole lugar a la razón sin tener en cuenta nuestros deseos, seriamos el resultado automático, no algo pensado, no estructurado, seríamos lo que se tiene que ser. Cosa que en verdad no creo sea el sentido de esto llamado vivir; en efecto no creo ninguno de nosotros deseé ser un ente más, aunque en la actualidad es difícil no serlo por las condiciones de nuestro país en donde las oportunidades suelen ser mínimas.
Una de mis autoras favoritas es Doris Lessing, Premio Novel de Literatura 2007, a quién muchos académicos repudiaron, porque no les parecía de mucha altura, en su obra Las abuelas y sus cuentos ejemplifica las emociones humanas magistralmente, da un bosquejo de lo que hombres y mujeres somos capaces de hacer y de sentir. Lo que hagamos tiene que ir de la mano con el tipo de personas que queremos ser, quizá no seamos recordados o quizá sí, si es así, espero que sea en la forma que mucha gente recordó a mi padre y a otras personas más que se detienen a escuchar historias a formar parte de ellas.
Agradezco enormemente a las personas que me han acompañado en esta transición de vida, en algún punto fue duro pensar —tengo treinta y quiero volver a empezar de cero— es una pérdida de tiempo, pero no, no soy la única ni la primera y espero que la ola sea más grande, no importa tu edad o tu condición de vida, siempre podemos rompernos la vida para vivirla enserio, conectar con nosotros mismos y con los demás, como mujeres y hombres capaces de ser personas, lo más importante de la lista diaria.
De ahora en adelante que no nos encuentren en los lugares de siempre. Que nos encuentren rompiendo a mazazos los propios cánones, nuestras ataduras, el miedo. Caminemos, aunque eso signifique ser aún más vulnerables. Salgamos de la cueva, que sea el inicio. Es lo que elijo hoy y de ahora en adelante. Me rompí la vida para iniciar una nueva. Todos tenemos ese derecho y como decía mi padre —haz lo que quieras, lo que sea, pero hazlo bien, sin hacerte daño a ti o a los demás—.
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