Desperté angustiada; ¿Dónde estoy? Me tranquilicé, estoy en Acapulco en 1981. Mi amiga insistía en ir a ese club junto a la playa. A mí no se me antojaba nada por el estilo, yo solo quería leer. ¿Qué afán de las amigas al arrastrarte a cosas que tu no quieres hacer? ¿Qué poco criterio debe tener uno para carecer del valor de decir no? Su pretexto: “¡Vamos por hombres! ¡No seas aburrida!”
¿Qué posibilidades habían de encontrar a un hombre?
Ahí en el camastro, ni me fije en ti. No eras muy espectacular que digamos, pero no fue por eso que te ignoré, no me culpes, yo no sabía socializar. A mis nacientes veintiuno les faltaba confianza, pero no sé porque presiento que una mujer nunca termina queriéndose.
Se acercaron varios prospectos, no creas que por mí, mi amiga era la atracción principal. Y yo, pegada a mi libro. En eso, te acercaste, la pasaste de largo y me miraste fijamente. “¿Qué lees?”, me preguntaste. “¿Dostoievski?”, no me dejaste ni contestar. “Mi favorito de él es “Crimen y Castigo””.
Ahí lo supe, no te podía dejar ir. ¿Qué posibilidades habían de encontrar a un hombre que supiera de Dostoievski?
Pediste una botella de vino que tomamos junto a la alberca, me preguntaste mi nombre y mi apellido, reímos mucho, platicamos de todo, estabas a punto de terminar la escuela de leyes. Me despedí pues mi amiga quería arreglarse para ir a bailar. Me dijiste que fuéramos al Baby’O o a donde yo quisiera.
Lo que nunca supe, hasta tiempo después, es que no traías dinero ese día, y cuando me fui, no sabías que hacer con el asunto de la botella. Así que te acostaste un rato en el camastro, viste que los meseros estuvieran distraídos, corriste al mar, y ya dentro, hacías bucitos para que nadie te viera. Casi mueres ahogado y hoy te sigue carcomiendo la pena por no haberles pagado esa botella.
¿Qué posibilidades habían de encontrar a un hombre que supiera de Dostoievski y que fuera ratero por mí?
En la noche pasaste por mi muy galante, ni un beso nos dimos, era como estar en una novela de Jane Austen, bueno, si en la época victoriana hubieran antros y shots fosforescentes. Al día siguiente fuiste a buscarme para pedirme mi teléfono y vernos de nuevo en México. Te lo di, pero no lo anotaste. Dijiste que tenías buena memoria.
¿Qué posibilidades habían de encontrar a un hombre que supiera de Dostoievski que fuera ratero por mí y que tuviera una mente privilegiada?
No supe de ti en semanas. Después me contaste que se te había olvidado el teléfono y que tuviste que buscar y llamar a todos los del directorio con mi apellido. Y me encontraste. Y te encontré.
Desperté angustiada; ¿Dónde estoy? Me tranquilicé, estoy en Metepec en el 2015 a tu lado. Caminas en la madrugada de lado al lado, te conozco tan bien. Tengo miedo que el Alzheimer me consuma y ya no recordar nuestra historia, a ti, a nuestros hijos, mi cara.
Porque, ¿Qué posibilidades habían de encontrar a un hombre que supiera de Dostoievski, que fuera ratero por mí, que tuviera una mente privilegiada con el que compartiera mí vida?
Nulas. Así que agárrame fuerte, no me dejes partir.
Porque yo solía conocer el amor, yo solía ser hermosa, yo solía… yo soy.
NOTA: A mi fabulosa tía y su fabulosa vida. La más interesante de las mujeres. Te quiero.
TWITTER: @marcelecuona
INSTAGRAM: marce_lecuona
¡Sin comentarios aún!