Tenía veinte años.
Me espere una eternidad para ese momento.
El afortunado: un novio el cual su nombre se me ha olvidado.
Lugar: Tepoztlán.
Lugar más específico: un sleeping bag.
Mis amigas dejaron de ser vírgenes, puras y castas a los quince años. A esa edad yo apenas había dado mi primer beso pero las maravillas que estas precoces me contaban, hacían que quisiera saltarme algunos pasos.
Ni siquiera era importante tener novio. Yo solo quería experimentar la sensación de tener a un hombre que me abrazara en la noche mientras me decía te amo.
Que distinta percepción tenía de hacer el amor. No pensaba ni en tamaños ni en duración.
Pero esa primera vez fue inolvidable. Fue y es, el peor sexo que he tenido en toda la vida.
El novio (que no recuerdo como se llama pero le pondremos Remi), sabía que iba a tener sexo con una muerta. No tenía experiencia alguna. Toda mi pubertad la pase pegada a los libros y escuchando Armando Manzanero. Era una tipa bastante rara. Aun así quiso quitarme mi tesorito.
Estábamos acostados y lentamente comenzó a tocarme. Lo primero fueron mis pequeños pero emocionados pechos. Paso por todo mi cuerpo. En aquel entonces pesaba casi setenta kilos, así que se tomo su tiempo.
Me bajo la ropa interior, vulgarmente conocida como las bragas. Creo que en aquel entonces no sabía ni lavármelas, ¡ahhh! pero eso sí, ahí andaban bajándomelas.
Metió con fuerza un objeto extraño no identificado. ¿Qué demonios era eso?
Claro, sabia cual era el aparato reproductor masculino. Es más, ya había tenido el gusto de conocerlo unos cuatro años antes. El monstruo de un ojo me había atacado en un descuido, pero no contaba con mi cara de espanto y mi desmayo. Pobre hombre, ese sí que se me espantó.
Un dolor inmenso se apoderó de mi parte baja. Quería hacer pipi, dormir, llorar, soñar, volar, fumar (lo que fuera), sudar y repetirlo todo de nuevo.
Pero el dolor no duro mucho. Remi había terminado. ¿Cuánto tiempo había pasado?
Ahí es cuando conocí la duración.
Con lo que Remi no contaba es que yo estaba imparable. Por fin conocía el misterio del amor. Ok, me fallaron los fuegos artificiales y no m acosté en su pecho terminando, lo que hubo en su lugar fueron idas al baño y los ronquidos de mi amado.
¡No importaba!, yo tenía energía de sobra.
Ningún deportista olímpico me hubiera ganado en esos momentos. Quería pasar por las barras y dar un salto único de tres metros.
Lástima que mi compañero olímpico estaba más que jetón.
Lo desperté a besos y con mi nuevo “cuerpo de mujer”, (ya me sentía con busto nuevo y caderas italianas), empecé a seducirlo.
El monstruo de un ojo nunca amenazo a la población. Es más, su ojo jamás abrió.
Así que, mi primera vez solo duro unos minutos y solo fue de un round.
¿Para eso me había esperado tanto?
Creo que mi primer beso tuvo más emoción.
Pues me quede sin medalla de oro, ni de plata, ni de bronce, ni de chocolate, ni de nada.
Nada de eso me desanimo, seguí yendo a las olimpiadas y ahora soy medallista confederada.
Ahora, tengo amigas con hijas de quince años. Se me acercan y me preguntan si lo mejor es esperarse. Creo que no debes casarte virgen por qué no sabes lo que te pierdes pero tampoco deberías empezar a los quince, esa edad es tan bonita e inocente y el sexo no cabe ahí todavía.
Lo importante es siempre seguir a su corazón.
Nahhh.. Lo importante es siempre, pase lo que pase y tengas la edad que tengas…
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