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ELLA EN DÉCADAS

DE UNO A DIEZ.

Mis paredes eran rosas; las cortinas eran blancas de corazones morados. Hasta donde yo recuerdo, era una princesa, La Sirenita. Cancún era mi hogar.

La playa era mi lugar de juegos los fines de semana. Golpes y gritos azotaban la habitación de mis padres. Mi hermanito en pañales llorando desesperado y yo sin saber cómo calmarlo. Un día todo eso cesó. Mi mamá decidió irse.

Fue el día que terminó mi infancia. Dejé de ser niña y acabé siendo madrastra de dos niños, uno de seis y otro de tres años. Hoy por hoy, cuando mis hermanos no se quieren hacer responsables de sus propios hijos, recuerdo cómo lloraban en su recámara de noche por su madre, cómo me paraba en las madrugadas para consolarlos, cómo les preparaba su lunch, cómo los bañaba.

Cuando eres adulto se te olvidan las cosas que juraste jamás hacer. No nos querían en la escuela porque vivíamos con un papá soltero, y a mis pocas amigas no las dejaban ir a mi casa porque no era normal que sólo viviera con hombres. Mi padre me cortó mis largos chinos porque no sabía cómo peinarme. Así me convertí en un niño más en la casa. Ya no eran tres hombres y yo, ya éramos cuatro. Así me enfrenté a mi nueva escuela en otro estado. Ese fue el día que murió La Sirenita.

DE DIEZ A VEINTE.

¡Oh, dulce adolescencia! Me tardé en todo: dar mi primer beso, tener mi primer novio, ser como los demás. Regresaba de una escuela de puras niñas en el extranjero. Irónicamente, después de estar rodeada de puro hombre toda mi vida, no sabía relacionarme con los niños que estaban en mi escuela nueva. Mi timidez e inseguridad me paralizaban. Un trauma a mis diez años tampoco ayudó. Fui abusada por un hombre muy cercano a mi familia. Hoy, por cuestiones que no comprendo, lo tengo que ver seguido.

Conocí a Dafne a mis trece años. Ella me integró a la sociedad lo más que pudo, lo cual no era sencillo, pues yo era una niña muy rara. Metida en mis libros, escuchaba música que no era de moda, dibujaba en silencio, pintaba sin querer salir de mi cuarto, y ella, todo lo contrario: tenía esa fabulosa sonrisa y popularidad. Era conocida por su belleza y alegría. Sólo puedo decir que me ayudó de todas las formas posibles en las que una amiga puede ayudar. Cuando tienes esa pequeñita edad crees que lo sabes todo, crees que estás a la mitad de tu vida, que puedes comerte el mundo, pero chiquita; estás más perdida que nunca. Yo quería encajar con toda mi alma. Ser bonita, no ser tímida, ser normal. Ya no quería ser señalada ni bulleada.

Dafne lo consiguió.

Ella murió hace cuatro años de fibrosis quística, tenía veintiséis años. La enfermedad la acabó poco a poco; perdió su frescura, cambió su cuerpo, manos y piernas, pero su espíritu nunca se fracturó. En mi mente y hasta el día que yo muera, ella siempre será joven y perfecta. Será inmortal. Tendrá la maravillosa edad de trece años.

DE VEINTE A TREINTA.

Ella, Marcela, me ha traicionado. Ha sido culera conmigo. Un día trato de matarse y abandonarme. Esa vieja ha llorado hasta dejarme sin lágrimas: por amor, por traición, por no entender a Dios, por soberbia, por ego, porque a veces odia ser ella, detesta su cuerpo. Hay días que me quiere, que me apapacha; días que quisiera fueran eternos.

Me ha tatuado, drogado, emborrachado. Me han penetrado para llenar sus vacíos. Ella me odia y me quiere a la vez.

Cree en sus sueños, pero no sabe si los va a cumplir, sospecha que sí existe el amor, pero no sabe si podrá compartir toda la vida con un hombre. Se siente sola, se siente menos, pero siente. Eso me da esperanzas.

No sé qué necesita para darse cuenta de que si ya cumplió treinta pronto serán cincuenta, si es que llega, claro. Puede dejar de existir de un momento a otro: cayéndose en una de sus borracheras, resbalándose en la tina de su casa, teniendo sexo con cualquiera. Sólo espero que se cumpla una de sus expectativas de vida, morir dormida. Es tan miedosa que hasta enfrentar la verdad le da pánico.

Puede que ahí me valore, que ahí me dé una palmadita en la espalda y me diga muchas gracias.

No habrá problema que lo haga hasta entonces, porque todo lo hice por ella, por Marcela.

DEDICADO A MIS MAESTROS Y COMPAÑEROS DE LA ESCUELA DE ESCRITORES “SOGEM”, PERO EN PARTICULAR A YOLANDA DE LA TORRE QUE ME ENSEÑA A DESCUBRIR A MARCELA A TRAVÉS DE LA ESCRITURA. LOS AMO INFINITAMENTE.


Comentarios

  1. Wow!
    Lo escribes simple, pero es profundo.
    Lo haces parecer fácil, pero es por demás complicado de decir.
    Tienes una chispa especial, sigue creciendo.
    Cada paso que has dado te ha traído hasta aquí, hasta las personas que aprenden de ti, que descubren a través de ti, que se identifican y lloran y ríen porque tú tocas su vida.

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