Ayer vi una película en Netflix, (no les diré el nombre porque es muy mala y además no me acuerdo), pero me recordó esos amores pasionales, de esos que cambias al hombre bueno por el malo, de esos que te hacen querer suicidarte, de esos que amas más a él que a ti misma. De esos.
Dicen que uno nunca muere de amor, pero cuando amas así, con uñas y dientes, sientes que el aire se te va. Yo he sentido ese llanto que no te deja respirar mientras en mi mente pasaba la oración: “¿Cómo le haré sin él? Sin sus manos, sin sus piernas, sin tener sexo con él.” Definitivamente es como morir para renacer segura, confiada y creyente en el amor.
Mi terapeuta me pidió una lista de los hombres que me han hecho daño. Espero que esté preparada porque la lista de Schindler va a verse pequeña a comparación. No me mal viajan los hombres malos, lo que me asusta es que el ser humano no sabe diferenciar el amor de verdad con la baja autoestima, el masoquismo, la obsesión, la dependencia y todas esas cosas que te hacen creer que el amor debe ser enfermo y pasional.
Si no sufro, no es amor.
Creo que ver telenovelas como Rosa Salvaje y María Mercedes, sí dañaron nuestra mente latina. Ahora vivo una relación muy sana y estable con Jacinto, mi novio con el que vivo hace dos años. Ni yo puedo creer que sea tan tranquila. Obvio tenemos problemas como cualquier pareja; pero ya son problemas típicos de casados: dinero, monotonía, rutina, menos sexo. ¡Qué diferencia de mis problemas anteriores! De repente, cuando mi novio ya me tiene harta y lo veo dormido plácidamente, me dan ganas de ahogarlo con la almohada. Ya sé cómo respira, que le dan gases, que lo molesta. Todo es tan predecible que me dan ganas de tomar un barco y largarme lejos.
¿Dónde está la pasión que se me prometió desde que era adolescente? Un día él y yo hicimos el amor diez veces, ahora si lo hacemos una vez en diez días, es mucho. ¿Qué está pasando?
La película me hizo añorar esos momentos de incertidumbre con mis miles de patanes, pero tuve tres muy específicos. Mimosa, si tú tienes un hombre así, déjalo, no te quiere y jamás te querrá.
1. MICHELLE: Ese naco guapo que toda mujer tiene en algún momento de su vida, pero que le da pena presentar. Después de dejar al hombre bueno con el que me veía pariendo chilpa yates, llegó el patán número uno por excelencia. Relación pasional; aún recuerdo su cuerpo y me altero. Yo fui la primera mujer que él amó, así que más podía mi ego que el amor. Me decía gorda, me pedía que me maquillara para salir con él, me dejaba de contestar los fines de semana, me borraba de las redes cada vez que se enojaba, me decía zorra cuando él se acostaba con todas y al final, él contrajo una enfermedad que gracias a Dios nunca me pegó, pero de la que me echo la culpa, claro está. Por él me tuve que cambiar de ciudad porque no lo podía dejar; le rogaba llorando que no me dejara y un día me intenté suicidar. Gracias a él nació Mimosas para desayunar.
2. DARCY: Lobo con piel de borrego. Romántico que me conquistó con vino, luces tenues y películas de Woody Allen. Después de mi patán anterior, yo hubiera dado todo por enamorarme y él llegó a cubrir todos esos huecos. ¿El defecto de Mr. Darcy? Mujeriego. Él no era malo, malo, era digamos, el todas mías. Siempre mensajes de mujeres, mentiras y al final, todo era mi culpa porque yo estaba loca y no confiaba en él. Se fue con otra de viaje y por mensajes me cortó. Meses después se casó y hace poco me contó que se está divorciando. Un mujeriego sí cambia, pero de vieja.
3. DODO: Este es el ex novio incomprendido. Más joven que yo, resultó ser un dulce de cajeta. Me sentía una mujer experta enseñándole a un niño lo que era amar. Después de mis dos ex patanes, un hombre nuevo era bocanada de aire fresco. Pero su verdadera personalidad no tardó en salir. Alcohólico, con problemas para darme mi lugar; con su mejor amigo y con su adorada, controladora y loca madre. Preocupado de que dirán los demás. Nos fuimos a vivir juntos, pero al mes me corrió, un día fuimos a bailar y de la nada me sacó del lugar, lo invité a una fiesta y se acostó con alguien más. Acabé en psiquiatra empastillada. Meses después me mandó un mensaje mientras Jacinto dormía junto a mí. El mensaje decía: Creo que soy gay.
Escribo y leo esto y no lo puedo creer, no de ellos, de mí. Nadie tuvo culpa más que yo, si me hubiera amado aunque sea un poco, nada de eso hubiera pasado, ¡Parecía mi peor enemiga! El hubiera no existe, pero sí el hoy. Y estoy segura que hoy abrazaré fuerte a Jacinto mientras duerme plácidamente, porque es hermosamente sexy que nuestro único problema sea quién mete la ropa a lavar o quién paga el gas.
Y si eso no es pasional, no sé qué es.
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